Cuando nos casamos hay un voto solemne e inquebrantable; la fidelidad. Esa promesa es directamente hecha a nuestro esposo, y así debe ser. Lo que no obviamos, o no somos realmente consientes, es que cuando nos casamos siendo mujeres cristianas, no solamente hemos jurado fidelidad a nuestros esposos, sino también a Dios.
El matrimonio es un pacto que no solamente haces con el hombre de tu vida, sino con tu Salvador; por algo Eclesiastés 4:12 dice: “cordón de tres dobleces no se rompe pronto”
¿Si no somos fieles a Dios, como lo seremos a nuestros esposos?
Dios exige que nuestro amor para Él sea total, como el esposo lo exige a la esposa que le ha jurado fidelidad.
Ser cristiana no te da la garantía absoluta de fidelidad a Dios, porque aun los mismos compromisos en la iglesia, tu ministerio y demás responsabilidades, pueden tomar el lugar del Señor y dejarlo en un segundo plano.
Al igual hay muchas cosas allí fuera en el mundo que pueden desviar nuestra mirada y corazón de las cosas espirituales, tales como la televisión, el trabajo, el maquillaje, la moda, la comida etc.
Si eres fiel a Dios, lo serás con tu cónyuge; porque siendo fiel a quien tus ojos no ven, pero tu alma siente, hará que valores aquello que a la vista es notable y a tus manos palpable.
Si le das el primer lugar al Señor, si te haces consiente a diario de Su presencia y Soberanía en tu vida, si buscas Su presencia a diario, estarás cumpliendo con tu voto de eterna fidelidad a Tu creador.
El hilo que nos lleva a la infidelidad a nuestro Señor es muy delgado cuando no estamos conscientes de Su presencia, y cuando nuestro amor hacia Él es fingido o superficial.
La meta para nosotras, es trabajar a diario con nuestra mente y contarnos cuán importante es saber que, aunque no podamos ver a nuestro Señor, Él sí ve a grandes rasgos nuestros hechos y pensamientos de fidelidad hacia él.
Con amor, Tania M Olsson. Nos veremos en una próxima oportunidad con una reflexión más, aquí en Diario de una mujer cristiana. Bendiciones mil.
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